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Sabemos bien que “conocer” la realidad implica, de alguna manera, “construirla”. También la naturaleza, en cuanto paisaje, ha sido mil veces construida (descubierta, reencontrada, rescatada, transformada) por las miradas humanas y ha pasado a formar parte de nuestra historia. Claro que, a la vez, también nosotros formamos inseparablemente parte de la suya, modificándonos al unísono junto a ella. Homo additus naturae, decían los clásicos, para referirse a la serie de miradas / diálogos, a ese rosario interminable de atracciones e intereses que el sujeto humano manifiesta por el entorno.

 

Por eso, frente a la dualidad radicalizada que a menudo ingenuamente establecemos, en nuestra existencia, entre los parámetros de “objetividad” y “subjetividad” --y que tanto juego son capaces de aportar, tales nociones, al ámbito de nuestras discusiones, como si las cosas se limitaran a ser simplemente objetivas o subjetivas--, es más que aconsejable apelar asimismo a la no menos estratégica y versátil categoría de “la interrelación” entre el objeto y el sujeto, para no caer, sin más, en los otros dos extremos radicalizados, a los que tantas veces solemos apelar: el paisaje es una realidad externa / el paisaje es una simple mirada.

 

Al fin y al cabo, como bien sabemos, más que descubrir la realidad / la naturaleza circundantes, lo que hacemos es arriesgarnos a construirlas y cada vez más, también, jugamos a deconstruirlas, con el subterfugio, bien sea de los análisis operativos o de las transformaciones imaginarias. En ambos casos, es la revisión o el establecimiento de relaciones entre las cosas lo que nos ocupa, seduce y entretiene, lo que nos atrae y estimula en nuestro conocimiento y/o en nuestras acciones. Asignamos significados y sentidos a las cosas precisamente porque somos capaces de establecer y de crear diferentes tipos de relaciones entre ellas. Ésa es la clave.

 

Lo sabe y demuestra bien Mónica Jover (Alcoi, 1973) cada vez --y siempre-- que se ha enfrentado, desde la opción artística, a la reflexión creativa en torno al paisaje. Esa tentación que se apodera de ella en continuidad. Escribir, pensar, pintar, actuar u obrar conforman una inseparable cadena de verbos que se encabalgan relacionalmente con las cosas, con las demás personas y con nosotros mismos. De ahí la relevancia de los contextos, en cada una de las opciones e iniciativas que nos proponemos en la existencia: por eso las cosas son “relativas a” las situaciones por las que atravesamos y en las que vivimos y por eso mismo son inseparables de su propia historia, de nuestra historia.

 

Ahí está Alcoi, totalmente rodeado de montañas, instalado en el centro mismo de un paisaje panorámico que gira y gira en su entorno sin cesar, panóptico incansable, hasta el grado de acostumbrar o hacer creer, a quienes habitan en su centralidad, que el mundo está quieto y son ellos, ni más ni menos, los que desplazan y reorientan sus miradas frente a tan imponente naturaleza. Esa es la situación de partida y de ese contexto arrancan las experiencias artísticas de la pintora Mónica Jover. En vez de huir hacia otros paisajes exteriores, ha preferido transformar sus lienzos en el trasunto de sus miradas e incluso en las páginas gigantes de su agenda emotiva, recogiendo puntualmente meses y estaciones, momentos y vivencias, concentrados en el recuerdo congelado de sus espacios pictóricos.

 

¿No hay una cierta ironía en esa diversificación de modos de ver la naturaleza? Verla desde el velado parpadeo mismo que sustenta nuestra mirada, es decir acentuando nuestra presencia de voyeurs. O bien, alternantemente, en otras circunstancias, abordarla desde la realidad misma, como si desapareciéramos frente a ella y nos pusiéramos totalmente a su lado. ¿No le sucede precisamente eso mismo a Mónica Jover, si juzgamos los resultados de sus experiencias sólo a través de los resultados obtenidos / ofrecidos en la serie de sus telas recientes?

 

Modos distintos de ver y de ser vistos. Por eso quizás la ironía, con sus sutilezas, se ha convertido --para ella y para cuantos artistas han compartido el desarrollo de tal zigzagueante viaje entre arte y naturaleza-- en la mejor y más adecuada estrategia para reivindicar unos objetivos (los de los valores éticos, ecológicos y vitales, puestos culturalmente, cada vez más, en claro entredicho por el desarrollismo salvaje) y también para salvaguardar paralelamente, además, otras metas personales (imprescindibles desde planteamientos funcionalmente estéticos, es decir formales y sensibles en su plasticidad artística).

 

Sus pinturas siempre han sido hábilmente concebidas en ese eje reivindicativo de nuestra propia mirada. Ver la naturaleza hecha montaña supone, a menudo, verla entre la niebla, con distanciamientos diferentes o proximidades reivindicativas de la percepción, entre la lluvia y el tacto de la inmediatez, contemplarla entre las luces cegadoras y los colores que nos asaltan o que a la realidad total iluminan y devoran, o adivinarla entre las sombras de la noche que sólo salvaguardan las siluetas intensamente recortadas. En última instancia, siempre es la categoría de la relación la que se impone, una y otra vez. Los resultados son por eso diversos y generan tipologías diferentes en las representaciones pictóricas del paisaje.

 

¿El objetivo son los paisajes pintados o se trata de pintar sobre el paisaje mismo? Sobreponer la pintura a la pintura, enfatizando los trazos del pincel, convertidos en veladuras y en niebla, ha sido quizás una de las estrategias más recurrentes en sus últimas propuestas plásticas. Como si fuera cuestión de simple calendario (“Mayo” u “Octubre”) o de una personal situación emotiva: observar el entorno escarpado/empaquetado entre la niebla, en unas coyunturas determinadas, o verlo castigado por el sol y sus cromatismos, en otras circunstancias, alternativamente. Pero siempre con la obsesión analítica en la mirada, cuando construye sus paisajes. Tota in illis. Radicalmente absorta --Mónica Jover-- en ellos. Desde una secreta y personal contradicción existencial, se abre a veces al paisaje como escena figurativa o lo reivindica, en otras, como gesto cromático y potencialidad imaginaria, casi abstracta entre gestualidades, donde todo es posible en sus acrílicos sobre tela o en sus técnicas mixtas.

 

A través de esa “sobrepintura”, que parece envolver algunos de sus paisajes y gracias a su versatilidad, ha sabido fundar efectivamente sus personales procedimientos narrativos y sus jugosas descripciones visuales. Algo parece que va a suceder en ese contexto paisajístico, aunque el tiempo transcurra ya lejos de esos fragmentos de montaña perceptivamente fijados en sus cuadros. De hecho, considero que su lenguaje pictórico se articula sintácticamente a base de guiños escenográficos, tan vinculados al ritmo existencial que desde la ciudad se ejercita. ¿Quién vigila a quién desde sus calles y terrazas o desde sus valles y barrancos fracturados?

 

¿Cuánto debe Mónica Jover a los reciclajes de sus imágenes mentales, a la ironía de las mismas huellas pictóricas, a las ocurrencias testimoniales del empaquetado visual de la montaña, aunque nunca el dramatismo escarpado y solitario de la naturaleza hostil aparezca refigurado en primer plano? Conocemos sus cumbres, sus perfiles, su lejanía y su magia. ¿No hablaba Thomas Mann de su Montaña mágica? Pues Mónica Jover está asimismo obsesionada con las imágenes de las suyas, de sus altozanos, trochas y oteros, y juega con ellas. --Machine à coller o peindre sur nature?—De hecho, las fragmenta, nos ofrece detalles, las reinterpreta, como metamorfosis de una misma naturaleza y un único paisaje.

 

Diríase, pues, que la noción de juego ha sabido declinarse de manera muy interesante en sus propuestas artísticas --y lo sigue siendo claramente en la actualidad--, tanto en lo que se refiere a su vertiente estrictamente lúdica como en su dimensión abiertamente combinatoria, sin faltar tampoco la opción de pugna, de reto y compromiso.

 

Porque, no en vano, cabe recordar que el verbo “jugar”, desde sus raíces etimológicas, puede significar cada una de esas facetas indicadas, pero también las tres cosas a un mismo tiempo: entretenerse, mimetizar y aprender (acción lúdica); componer, combinar y articular (acción constructiva); competir, retar, esforzarse, participar (acción esforzada y no exenta de pasión). Y así es como me gustaría entender, en esa triple y compleja aproximación, el quehacer artístico de Mónica Jover. Jugar y conjugar. Una trayectoria, la suya, que he seguido desde hace años, siempre entregada de pleno a dialogar con el paisaje, sus posibilidades y sus fragmentos. Y de sus trabajos ya he escrito también asimismo en otras ocasiones, desde nuestras miradas y raíces comunes a una historia cartográfica compartida.

 

Es como si con sus propuestas quisiera traducir, sin extremismos y con suma delicadeza y efectividad comunicativa, la inquietud que, de algún modo, a todos nos embarga frente a la compleja y difícil situación que los problemas del cambio climático y de la sostenibilidad ecológica plantean clara e ineludiblemente a nuestras vidas y, sobre todo, a nuestras conciencias, desde la naturaleza. ¿Por qué no mirar mil veces más hacia nuestra naturaleza circundante? No cualquier naturaleza, sino la nuestra, la que también está hecha de nuestros recuerdos, escapadas, ensueños y excursiones, además de formas y de colores, composición y equilibrios.

 

La fórmula de “relacionar para mejor significar” sigue francamente dando sus frutos e incrementando las sugerencias e interrogantes en el arte contemporáneo. En esa apuesta y ese deseo --de eficacia, entrega e impacto visual-- me mantengo optimista, desde estas puntuales reflexiones, redactadas a vuela pluma, en torno a la obra más reciente, siempre minuciosamente ejecutada, de la pintora Mónica Jover.

 

 

Román de la Calle

--Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos--

_Algunos modos de hablar de la naturaleza como paisaje_

_Panorámicas_

Si paisaje es todo cuanto vemos o sentimos a nuestro alrededor, Mónica Jover refleja sobre la naturaleza pintada un mundo interior lleno de contradicciones. Como si de un espejo se tratara, la naturaleza es una excusa para retratar unos sentimientos que no tienen rostro, que unas veces adquieren la forma de una montaña, otras de un arbusto mirado de cerca…. Panorámicas muestra todo un catálogo del carácter contradictorio del ser humano.

Este carácter psicológico y contradictorio de su pintura queda plasmado en dos temas  diferentes: una que representa una naturaleza convencional donde Mónica Jover marca la distancia desde su posición en la lejanía, y otro paisaje en el que el punto de vista se encuentra en el interior mismo del lo representado, revelando un carácter explosivo, colorista y vital.

Mientras que las montañas representan el mundo de los retos, de los miedos interiores, de las expectativas por cumplir, ese mundo estructurado y estable que como una montaña hay que escalar, en la serie de acrílicos que representan una visión más cercana de la naturaleza –como por ejemplo, Mayo number one y number two,o Feliz Noviembre - es el éxtasis, la felicidad absoluta de estar en el centro mismo del cuadro  la que mantiene una conexión directa con los sueños.

Panorámicas es una colección dual, que combina una imagen al  natural y un reflejo de pensamiento interior. Y mientras que el paisaje puede ser real, a medias inventado, como la realidad que rehace nuestro cerebro, Panorámicas crea un mundo fácilmente reconocible en nuestra mente donde imágenes, sentimientos y percepciones quedan fuertemente conectados.

 

Eva Jover

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